Mi experiencia en Santa María de Bareyo (Parte1)

Decir que la primera vez que visité la Iglesia de Santa María de Bareyo supuso un punto de inflexión en mi vida, podría parecer exagerado, pero no lo es.

EL SÁBADO

Recuerdo aquel día, próximo al solsticio de verano de hace ya unos cuantos años, que me acercaba por la carretera que va de Ajo a Bareyo y allá, en lo alto de una suave loma, sobresalía una pequeña Iglesia, supuestamente una de las joyas del románico de Cantabria.

En la lejanía no me pareció especialmente atractiva, sin embargo, al acercarme, me llamó la atención una majestuosa encina centenaria junto a su ábside. Observé atentamente el exterior del ábside dividido por columnas con capiteles y canecillos esculpidos con motivos vegetales, geométricos, animales y humanos. Y allí, contemplando aquel bello rincón que nos daba la bienvenida, empecé a intuir que ese lugar, aparentemente sobrio y sencillo, escondía algún secreto…

Accedí a la Iglesia y sentí un frío húmedo que contrastaba con el cálido día del mes de junio que se disfrutaba en el exterior. En la Iglesia, de una sola nave, se podía apreciar una parte románica y otras que eran añadidos posteriores. 

Al este se situaba un precioso ábside y presbiterio con capillas laterales; junto a estos, un crucero con bóveda de crucería rematado por una linterna. Y al oeste estaba la torre de campanas, en cuya base se conservaba una pila bautismal colocada sobre una pareja de leones mordiendo un brazo humano.

Nos acompañó, al comienzo, el párroco de la Iglesia, Ernesto Bustio, quien nos habló de su Proyecto de Solidaridad Universal y de un espacio que habían creado abierto a todo el mundo, el Alberge de Güemes, donde luego iríamos a comer.

Después de las presentaciones, Daniel nos contó que conoció la Iglesia allá por el año 1990 y años más tarde, la Fundación Botín le pidió asesoramiento para tener en cuenta la Geobiología en los trabajos de restauración del templo.

Nos explicó que esta Iglesia iniciática dedicada a Virgen, a la Diosa, a la parte femenina de Dios era una Colegiata. Allí se formaban y hacían sus reuniones maestros canteros reconocidos en el mundo entero. Una de las finalidades de este espacio era que sirviera de “escuela” a los futuros Constructores.

Los “Constructores de Eternidad”, como a Daniel le gusta llamarlos, estaban totalmente comprometidos con la trascendencia del ser humano, con el colectivo. Todos trabajaban en la obra con una misma intención y sabían que, al mismo tiempo que ellos estaban construyendo la Iglesia, la Iglesia también los estaba “construyendo” a ellos.

Para erigir un Lugar Sagrado buscaban un sitio con alteración telúrica y en consciencia, creaban una estructura energética en relación al sol y a la luna, teniendo en cuenta la orientación y utilizando el peso, el número y las medidas sagradas. Esta estructura energética equilibraba el exceso de energía telúrica con la energía cósmica transformando el lugar y permitiéndole su máxima expresión vibratoria.

 

 

En la Iglesia nada estaba al azar. El emplazamiento había sido elegido específicamente porque allí emergía la Corriente del Dragón y había agua subterránea, mucha agua, condiciones indispensables para construir un Lugar Sagrado.

Nos explicó que la Iglesia era como un motor, donde el estator era el edificio, las piedras y nosotros, moviéndonos en consciencia por ella, íbamos a actuar como el rotor para ponerla “en funcionamiento”.

Y eso hicimos, empezar a andar en consciencia moviéndonos por diferentes puntos de la Iglesia. Y entonces, el Dragón despertó de su sueño, se desperezó y empezó a activarse. Comenzó a exhalar su fuego, al principio tímidamente, después, cada vez con más fuerza.

La energía del Dragón, que surge del propio movimiento de la tierra sobre sí misma y alrededor del sol, necesita que se la reconozca. Y allí estábamos un grupo de personas poniendo consciencia en cada práctica que realizábamos y reconociendo su energía.

El fuego del Dragón comenzó a calentar el agua de la Iglesia y el agua de la Iglesia empezó a entrar en resonancia con el agua de nuestros cuerpos y por esa resonancia, comenzó a “hervir” y a desprenderse vapor. El vapor nos iba envolviendo y cuanta más consciencia poníamos en todo lo que hacíamos, más contento se ponía el Dragón, más fuego lanzaba, más vapor se generaba….

A medida que iba pasando la mañana, yo me sentía más y más revuelta. La energía caliente del Dragón se iba activando e introduciéndose en cada célula de mi cuerpo, mi agua interior empezaba a entrar en ebullición….

Y agradecí el descanso a media mañana para poder salir fuera, apoyar mis pies descalzos sobre la hierba y recibir los rayos del sol que calentaron mi cuerpo y sosegaron mi alma, tan inquieta en esas primeras horas.

Antes de entrar de nuevo a la Iglesia, Daniel nos sugirió que tocásemos la columna formada por una única piedra y situada a la derecha de la puerta, para así, ponernos en resonancia con la estructura energética del lugar y equilibrarnos con él.

Continuamos la mañana con diferentes actividades. Recorrí la Iglesia situándome en distintos puntos y sintiendo la energía entre mis manos y también moverse por mi cuerpo, atravesando mis centros energéticos. La temperatura de la Iglesia comenzaba a subir y yo cada vez estaba más agitada, más alterada.

La hora del mediodía llegó y nos fuimos todos juntos a disfrutar de la comida en el Albergue de Güemes, un espacio lleno de vida al servicio de las personas.

Durante ese rato de alivio pensaba si iba a ser capaz de aguantar toda la tarde dentro de aquella Iglesia que tanto me estaba moviendo. Pero consciente de que muchas veces todo se descoloca para luego ordenarse, decidí continuar.

Y por la tarde, al volver a la Iglesia, solté mis resistencias y finalmente, me rendí… Fui abriéndome a la Iglesia y ella me fue entregando “el tesoro” que tenía guardado para mi….

Paseé mis manos por las paredes, por las columnas y capiteles, sintiendo la textura de la piedra, más lisa o más rugosa, la muesca de la herramienta de labra del cantero, la marca de cantería; percibiendo su temperatura, su humedad. Acerqué las yemas de mis dedos a las piedras, a sus formas, conecté con su etérico y percibí la energía que desprendían.

Sentí en mi piel el calor y el frío que coexistían en aquel espacio. En la zona del ábside, especialmente, percibí un calor amoroso y suave que iba al interior, al alma…

 

Posé mis ojos en cada capitel, en cada escultura. Observé dragones alados, serpientes, sirenas, bueyes con grandes orejas, ángeles, esferas, piñas, un hombre enseñando las rodillas, un “atlante”, un león, un águila, una figura coronada, figuras egipcias, caras, espirales, lemniscatas … y me dejé impregnar por aquellos símbolos, por su lenguaje, por lo que me transmitían.

Estimulé mi visión con los colores naturales de las piedras, sus diferentes tonalidades, las figuras policromadas y los vestigios de pigmentos en algunas zonas de los muros. Observé el efecto de la luz del sol que entraba por las ventanas e iluminaba determinados capiteles.

Aprecié cómo se combinaban las formas rectas y curvas, los espacios ortogonales y circulares, el equilibrio y la armonía arquitectónica del ábside y el presbiterio, sus proporciones en consonancia con las medidas humanas, sus formas semicirculares tan acogedoras que te envolvían cariñosamente en un cálido abrazo, el ritmo en los arcos y columnas, la repetición, el juego de números, …incluso la “imperfección” intencionada.

Escuché el prana del lugar en diferentes momentos y experimenté cómo la calidad del sonido variaba en cada zona de la Iglesia.

Percibí el olor a humedad que constataba la presencia del agua subterránea y aprecié cómo los olores cambiaban según las zonas, incluso en algunos momentos noté un aroma sutil a flores que no sabía de dónde procedía….

La Iglesia se iba abriendo a medida que íbamos poniendo la mirada sobre ella. No sólo se trataba de recibir lo que el lugar tenía para darnos, sino de descubrir que nuestra mirada sobre el lugar tenía la capacidad de transformarlo. Era nuestra posición de consciencia la que estaba activando la Iglesia.

Saboreé y disfruté cada minuto de aquella experiencia. Finalmente, el agua de mi cuerpo se puso totalmente en resonancia con el agua de la Iglesia y bullía…. Y por fin, al final de la tarde, comencé a sentir cierto alivio.

Lo que no me esperaba era lo que viviría al día siguiente….

Continuará…