Mi experiencia en Santa María de Bareyo (Parte 2)

EL DOMINGO

El domingo por la mañana, después de una noche un tanto agitada y en la que apenas pude conciliar el sueño, al entrar en la Iglesia, me pareció que no era la misma.

Nada más sentarme, noté sorprendida cómo la temperatura de la Iglesia había subido con respecto al día anterior, y empecé a ver como si todo estuviera “encendido”, todo desprendía luz. Las paredes de la Iglesia parecían vibrar con un movimiento ligeramente ondulante, las piedras “hablaban”, las figuras de los capiteles habían cobrado vida. Todo era energía y vibración.

Me fijé en Daniel y pude ver como un canal de luz que salía de la parte superior de su cuerpo. Giré mi cabeza para observar a mis compañeros y en algunos pude apreciar también ese halo luminoso que los envolvía. Observé mis manos buscando comprobar si eso que estaba viendo en otros, también podía percibirlo en mí y descubrí maravillada que mis manos estaban envueltas en luz y que de las puntas de mis dedos salían haces de luz blanca y dorada.

Descubrí que la Iglesia había cambiado y yo también… Mis sentidos físicos se habían amplificado y mis percepciones sutiles estaban acrecentadas.

A pesar de la sensación tan extraña que tenía, donde estaba recibiendo tantos estímulos externos, algo me conducía a mi interior, al encuentro conmigo misma. Se respiraba un ambiente de calma y serenidad que me invitaba a ir hacia adentro, a orar, a meditar, a reflexionar…

Mientras Daniel arrancaba la mañana haciendo una lectura de los capiteles, yo tenía mi atención desdoblada entre el exterior y mi interior. Por un lado, escuchaba sus palabras que explicaban el simbolismo de cada figura: las piñas, los bueyes, el águila, las sirenas aladas, dragones, el león, la figura coronada… 

Todo estaba hecho con una intención muy precisa y cada elemento tenía un significado: el lenguaje de cada capitel en sí mismo, el lugar en que se encontraba respecto a los puntos cardinales y también en relación estructural respecto a los otros capiteles, a través de los arcos y las ojivas.

Y, por otro lado, mi atención estaba puesta en lo que estaba ocurriendo en mi interior, en los sentimientos que se estaban movilizando dentro de mí: alegría, ganas de reír, esperanza, liberación, dicha…

En varios momentos de la mañana sentí que el grupo de personas que nos habíamos reunido allí no estábamos solos. El olor a flores aparecía sutilmente de vez en cuando sin que consiguiera identificar de dónde procedía. A veces, percibía una cálida corriente de aire que me rozaba suavemente la cara. Mientras nos movíamos por la Iglesia, sentí en varias ocasiones la presencia de “alguien” que no veía junto a mí. Efectivamente, del otro lado había más seres que nos estaban acompañando.

Daniel nos invitó a que observáramos en el ábside la gran figura policromada con las manos en el sexo, en el primer centro energético, que nos daba una clave importante.

Los Maestros Constructores buscaban construir un lugar que permitiera la trascendencia del ser humano, que los conectara con la Divinidad; buscaban los elementos de la Madre Tierra para conectar con el Sol y utilizaban el Templo para realizar esa remontada. La figura tenía las manos puestas sobre el chakra raíz, que está en relación con la encarnación, la lucha, la voluntad y la determinación. Su intención era recordarnos que cuanto más nos metamos en la Tierra, más podemos subir al Cielo o como dice nuestro querido amigo Álvaro de la Torre, gran Maestro Constructor: “cuanto más abajo bajas, más arriba subes”.

Durante la celebración de la misa dominical salimos al exterior a realizar unas prácticas y por primera vez pude constatar de manera fehaciente la influencia de nuestros pensamientos en nuestro cuerpo energético. En pequeños grupos, realizamos unos ejercicios donde medíamos el biocampo de un compañero con ayuda de nuestra mano y una varilla. Íbamos acercándonos a él para ir percibiendo en todo su perímetro hasta dónde llegaba su cuerpo etérico.

Después de dar una vuelta completa alrededor suyo, volví a comprobar la medición y cuando iba acercándome con mis varillas hasta el punto donde antes había medido su biocampo, de repente, una onda expansiva acompañada de un destello luminoso me empujó hacia atrás más de dos metros. Sorprendida, comprobé cómo, de repente, su cuerpo etérico se había expandido. Le pregunté si había pensado en algo especial en ese instante y me contestó que se había acordado de sus hijos (Nacho, si lees esto, recordarás ese momento tan especial…).  

Y ya al final de la mañana, sentada en la grada frente a la iglesia, mirándola, observé algo extraño…. Pensé que eran mis ojos, que al salir al exterior después de estar tanto tiempo en la penumbra del interior, estaban tratando de adaptarse a la luz y por eso, “veía raro”. Pero continué observando y mi sorpresa fue en aumento cuando, al cabo de un rato, me di cuenta de que estaba viendo un halo luminoso de color blanco y plateado que envolvía la iglesia y por la parte superior del transepto salía un “columna de energía” también blanca y plateada que ascendía con fuerza hacia el cielo.

Desconcertada le pregunté a Daniel si aquello que yo estaba viendo era “real” y él me contestó que también lo veía. Era el cuerpo etérico de la Iglesia de Santa María de Bareyo totalmente luminoso y en su máxima expresión vibratoria en el solsticio de aquel verano.

Daniel nos contó que cada iglesia tiene una nota que la hace vibrar, especialmente cuando en la simbólica de algunos capiteles encontramos claves relacionadas con el sonido, como ocurría allí. Así que, como colofón, cantos armónicos detrás del altar mirando hacia el ábside, que me sonaron a música celestial….

Y envuelta en una sensación de expansión muy intensa y con una profunda conexión, interiormente di las gracias por todo lo vivido esos dos días.

Cada año que he visitado Bareyo mi experiencia ha sido diferente, pero igualmente estimulante y transformadora. Cada año el punto de partida vibratorio de la iglesia era distinto y dependiendo del grupo que allí nos reuníamos, cambiaban las vivencias y la transformación que se iba produciendo a lo largo del fin de semana. Y como el camino de la vida avanza en espiral, cada año, el mismo capitel, la misma figura, el mismo arco eran “distintos”, no porque hubiesen modificado su geometría, sino porque yo no era la misma y el mensaje que me transmitían, también era diferente. Pero siempre he recibido respuesta a lo que consciente o inconscientemente buscaba o necesitaba en ese momento.

Y todos los años, el domingo, al irnos, hemos dejado la iglesia en su contraparte etérica más luminosa, más brillante; hemos dejado un lugar que vibraba más alto, con más Luz.

REFLEXIONES

Guardo en mi corazón aquella primera experiencia en Santa María de Bareyo que me dejó la certeza absoluta de que un grupo de personas trabajando en consciencia con una intención determinada pueden generar grandes transformaciones en el mundo.

Es verdad que la estructura energética que posee este bellísimo Templo posibilita una gran transformación, pero los tiempos han cambiado, la vibración de nuestro planeta se ha elevado y hoy no necesitamos recurrir a estos lugares porque el Templo somos nosotros, el Lugar Sagrado está en nuestro interior.

Vivimos tiempos difíciles, intensos, donde todo se ha acelerado, las estructuras del viejo mundo se están desmoronando y se está produciendo un cambio en el que sólo podrá sobrevivir lo que sea auténtico. Continuamente recibimos noticias que hablan de “desastres”, de “pandemias”, de división y de competencia. Pero a pesar de esas apariencias externas de separación, quienes estamos hoy aquí formamos parte de un grupo de almas que acordamos encarnar en la Tierra en este momento tan decisivo de la historia, el momento del parto que dará a Luz a una Nueva Humanidad.

No debemos poner nuestra atención en la destrucción, sino enfocarnos en la construcción de los cimientos del Nuevo Mundo, aunque no sepamos cómo hacerlo y conscientes de que nosotros no veremos el glorioso resultado final. Nuestra tarea consiste en dejarnos guiar por nuestro corazón y dar un paso tras otro confiando en que el camino irá apareciendo delante nuestro.

Somos los “Maestros Canteros” que vinimos a construir un Nuevo Mundo y para que eso sea posible, el cambio y la transformación tienen que darse primero en nuestro interior. Si nosotros cambiamos, la realidad cambiará.

Pero somos seres de luz transitando la materia y estamos llenos de creencias impuestas por la sociedad, de patrones y programas heredados de nuestros ancestros, incluso de otras vidas. Y no podemos pretender cambiar el mundo sin hacer nuestro trabajo interior, sin conocernos a nosotros mismos, sin sanar nuestras heridas, sin reconocer nuestra parte de Luz y también de Oscuridad y aceptar ambas para así, liberar la esencia de nuestro Ser.

Como “Maestros Constructores”, debemos trabajar nuestra Piedra para pulir sus facetas y en consciencia construir nuestra vida con cada pensamiento, palabra y acción.

Ahora más que nunca, es muy importante ser consciente del gran Poder Creador que tenemos. Pongamos nuestra energía creadora a trabajar para contribuir a la manifestación de lo que deseamos. Juntos podemos crear la realidad que queremos ver en el mundo, enfocándonos para que ese holograma colectivo sea posible. En palabras de Nassim Haramein: “Lo que creemos que es posible, define lo que somos capaces de crear”. 

Sólo debemos recordar quienes somos, de dónde venimos y para qué estamos aquí y todo empezará a cobrar sentido. Y así, guiados por el amor y nuestro corazón un Mundo Nuevo completamente diferente irá desplegándose ante nosotros.

Soñemos con dar nacimiento a un Nuevo Mundo, a una Nueva Humanidad donde reine la Unidad y el Amor.