“Un caluroso día de verano, hace ya muchos, muchos años, apareció en mi hogar un misterioso personaje portando unos extraños instrumentos con los que deambuló durante largo rato por toda la casa hasta descubrir lo que estaba buscando…”
Sí, podría parecer el comienzo de un cuento fantástico…, pero no. Es una anécdota real que supuso mi primer contacto con el mundo de la radiestesia y la geobiología (aunque, para ser francos, algo de mágico y fantástico sí tuvo para mí).
Mi casa
Corrían los primeros años 90. Yo ya estaba emancipado y vivía en mi primera casa. En verdad hacía poca vida allí: trabajaba mucho y salía más todavía, por lo que apenas dormía en casa y poquito más. Al poco tiempo mi pareja se vino a vivir allí y la vida en común hizo que pasáramos más tiempo en la casa. Fue ahí cuando empecé a notar que no descansaba bien. Sí, dormía a pierna suelta, pero me levantaba cansado. A mi pareja le ocurría lo mismo. Bueno, son rachas…, ya pasará, nos decíamos. Estábamos sanos, comíamos bien, tomábamos suplementos, hacíamos tratamientos naturales, pero nada cambiaba. Incluso las plantas se morían… (“debe ser que no tenemos mano…”).
Aparece el libro
En esas estábamos cuando un día, mirando libros en el Ecocentro, cayó en mis manos, “por casualidad”, el libro de Mariano Bueno, Vivir en Casa Sana. Lo hojeé allí mismo por encima y flipé totalmente al leer aquellos conceptos tan nuevos para mí, descubriendo que quizás lo que nos pasaba no éramos nosotros, sino que podía estar en relación con estar viviendo en una casa no muy sana y que podía afectar a nuestra salud. El libro hablaba de alteraciones telúricas, aguas subterráneas, líneas Hartmann y otros términos que, según explicaba, podían alterar la vivienda y dificultar la recarga de energía de los que la habitan, llegando incluso a contribuir en la futura aparición de enfermedades. Tardé 5 segundos en llevármelo…, y 5 meses en leerlo. ¿Por qué? Os pongo en contexto: sólo aquella breve lectura en la tienda me bastó para resonar totalmente con la información y sentir, en lo más profundo de mí, que algo así estaba ocurriendo en mi casa. Estaba convencido. Pero claro, era joven y sólo me quedaban 9 meses de hipoteca y algo me decía que si investigaba el tema iba a tener que acabar vendiendo el piso (cosa que finalmente ocurrió) y endeudándome en una nueva hipoteca. Mi alma ya sabía lo que mi ego se resistía a admitir. Mi pareja sí lo leyó y me insistía cada día para que lo leyera y llamásemos a Mariano Bueno para que hiciera un estudio. Finalmente me armé de valor (je,je…) y lo leí. Al día siguiente estábamos llamando para solicitar el estudio geobiológico.
Aparece el geobiólogo
Yo vivía por aquel entonces en Madrid y Mariano estaba en Castellón, así que me dio el contacto de Daniel Rubio, miembro de GEA por aquel entonces, para que fuera él quien viniera a casa a realizar el estudio.
Y allí se presentó: cauto, silencioso, sintiendo (o “resintiendo”) ya, desde el momento de entrar, la densa energía del lugar. Saco varios aparatos para medir campos eléctricos, magnéticos, microondas… Hasta ahí bien. Soy ingeniero y estoy familiarizado con ese tipo de aparataje. Pero hete aquí que, de repente, saca unas varillas y un péndulo, y se pone, cual zahorí urbano, a recorrer las distintas habitaciones empuñando, primero las varillas y luego el péndulo, midiendo no sé qué tipo de unidades (Luego supe que eran las Unidades bovis, indicador de la salud vibratoria de un lugar). Siempre fui abierto a este tipo de cosas, pero la verdad es que me quedé ojiplático. No daba crédito, y a la vez estaba súper interesado. Entregado diría yo.
Bueno, para no hacer más larga la historia, resumo diciendo que finalmente se confirmaron todas nuestras sospechas y Daniel, muy serio, nos explicó cómo estaba la casa (un 2,5 sobre 10, llena de agua subterránea) y que, aunque comprendía que era una decisión complicada, que si fuera él trataría de marcharse de allí. Y que, por favor, quitase la luz negra que tenía en el salón para mis fiestorros de soltero (ésta es una anécdota que, casi 30 años después, Daniel sigue recordándomelo… je, je… Ten amigos para esto!!!)
Mis primeros pinitos
Os podéis imaginar que tras aquella experiencia, no me quedó otra que preguntarle a Daniel dónde y cómo se aprendía a hacer eso con el péndulo y las varillas, que yo quería. Me dijo que él daba cursos donde lo enseñaba y que si quería me apuntaba para el próximo. Y así lo hice.
En aquel momento nació mi faceta radiestésica y también, por cierto, una estupenda amistad con Daniel que dura ya casi 30 años.
Recuerdo que en aquel mi primer curso todo me salía a la primera (le llaman la suerte del novato…; o en realidad, ir libre de prejuicios o creencias negativas). En las prácticas se me movía el péndulo con fluidez, las varillas en L, de horquilla, descubría las líneas, el agua, el pozo de la finca, la profundidad de agua (todo eso luego lo comprobamos para verificar nuestras suposiciones).
A partir de ahí se sucedieron más cursos de profundización y empecé a usar el péndulo y la varilla con frecuencia: practicaba y practicaba y cogí soltura. Lo empecé a usar para todo, no sólo para el estudio de mi casa o las de los amigos: los usaba para cualquier cosa, personal (decisiones importantes), laboral (presupuestos, acuerdos con clientes…), estudios a distancia, etc. Aprendí a resentir las energías, primero ayudado del péndulo y más adelante con mis propias manos. Y estas herramientas para la captación vibratoria se convirtieron ya en una herramienta indispensable en mi camino vital.
Hoy, tras muchos años recorridos, muchas formaciones y una experiencia en el mundo terapéutico, esos “extraños aparatos” siguen acompañándome cada día, si bien he aprendido a no necesitarlos tanto, a no depender tanto de ellos y utilizar mi propio ressentí, con las manos, con la vista, el oído, y, sobre todo, con el corazón.
Este ha sido mi recorrido. ¿Cuál será el tuyo?
Rafael Agustino
Cuidados Esenios – Masaje Californiano – Psych-K
¿Te animas?
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