Por el Ártico…
El lugar es hermoso, y duro al mismo tiempo. Allí donde apenas crece nada, donde el hielo impera a sus anchas a lo largo de casi todo el año y en un momento donde la noche no llega, no es el hielo, ni siquiera la piedra lo que más impacta, no es ver que allí apenas puede crecer nada, alguna flores heroicas a ras del suelo en el corto verano con su deshielo. Lo que más impresiona, lo que más sorprende es el silencio.
Un silencio lleno, quieto, roto muy de vez en cuando por el saludo de algún animal que pasa, una foca que asoma su cabeza en el agua para mirarnos, una gaviota desconocida que parece saludarnos justo cuando pasa por encima nuestra, la presencia casi imperceptible de un zorro plateado que se sorprende de encontrarnos en su camino, así contemplativos y quietos, un grupo de hombres y mujeres que apena se atreven a hablar para no romper esa magia. La magia del silencio…
Un silencio lleno, un silencio que se oye dentro, un silencio puro, un silencio quieto. Un silencio vivo, un silencio que penetro cuando ahora cierro los ojos y me sumerjo de nuevo en medio del hielo.